Semana Santa en Los Pedroches y el Colegio Salesiano

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


Acabamos de terminar la Semana Santa en Los Pedroches, que como en la mayoría de pueblos y ciudades de Andalucía se vive de forma mayoritaria y cargada de color en lo que a cofradías se refiere.

Imágenes, bandas de música, cofrades, nazarenos, costaleros, devotos, etc., incluso una parte de personas que sin ser creyentes participan de una forma apasionada.

Yo soy sincero y reconozco que la Semana Santa no me produce ni frío ni calor, a excepción de las procesiones de La Borriquita, donde salí varios años cuando era alumno del colegio, sumado al amor que mi madre le tenía, la del Cristo de Medinaceli, que para mí tiene una mirada especial, y el Resucitado del cual en el primer año de su salida yo formé parte de sus costaleros, sumándome a un grupo de amigos porque estaban entonces escasos de porteadores.

El que a mí no me guste mucho la Semana Santa no me impide reconocer su valor y su mérito, sabiendo además que en torno a ella se mueve el colectivo asociativo más numeroso de cuantos existen en nuestros pueblos. Además valoro enormemente el trabajo de todos los que ponen su esfuerzo y empeño durante muchos meses del año, no sólo para siete días, pues hay que apreciar también las diversas actividades que realizan durante el año y la vida que practican de forma regularizada en sus respectivas sedes.

Además, durante estos días de Semana Santa, se genera un movimiento muy grande de personas y actividades que repercute en el comercio en general y muy particularmente en la hostelería.

En estos tiempos tan ilógicos y tendentes a querer prohibir lo que no le gusta a uno, proclamando comentarios destructivos e incluso insultantes, más propios de dictaduras extremas que de la democracia que disfrutamos, están también los que menosprecian o vilipendian hasta extremos absurdos esta Semana Grande de la fe cristiana.

El respeto de uno mismo se gana con el respeto hacia los demás, y en ello va incluido lo que no nos gusta individualmente. Y es que a una parte de nuestra sociedad (felizmente minoritaria) parece que le gustaría abolir la mitad de las celebraciones y las fiestas emblemáticas y con raigambre en nuestro país. Fiestas y celebraciones que vienen algunas de tiempos remotos, que forman parte intrínseca de nuestras raíces más profundas y de nuestra memoria colectiva y que generan además a su alrededor un movimiento de personas y una actividad que resulta fundamental en estos tiempos donde el estancamiento económico es bastante preocupante.

Enhorabuena a todos los que hacéis posible la Semana Santa, porque muchas cosas tenéis que estar haciendo bien para ser el colectivo más numeroso de cuantos existen.

En el segundo apartado de este artículo quiero hacer referencia al Colegio Salesiano San José de Pozoblanco, donde estas últimas semanas estoy acudiendo de forma regularizada para jugar al pádel, gracias también al bonito gesto de la empresa Industrias Pecuarias, que ha sufragado de forma íntegra el coste de dicha pista.

Allí juego con mi íntimo amigo Fernando Roa, mi hijo, Juan José García, Manuel Dorado, etc, volviendo a retomar recuerdos de hace muchos años, pero que algunos de ellos permanecen en la memoria.

La semana pasada al terminar el partido, como la mayoría de veces, nos paramos a tomar un refrigerio con el amable y funcional Blas Pérez, que es el encargado. En un momento de aislamiento mental, el rebobinar de mi mente se fue muy atrás, más de 40 años.

Recordé con suma nitidez aquellos inacabables partidos de fútbol en la matinal de los domingos de equipos míticos como el Dosa (internos del colegio), Ferrys, Mapfre, Michelín, Firestone, Calatrava y los equipos que venían de los pueblos de Los Pedroches.

Cómo olvidar el día de San Juan Bosco, con el típico partido de fútbol entre los maestros y los internos. Maestros como Diego Cabrera, Francisco Cabrera, Rafael Blanco, Antonio Blanco, José Antonio Guijo, Graciano García, etc.

Las Olimpiadas de San José de Calasanz, con toda una semana a tope de deportes en donde participaban todos los colegios de la localidad. El cine que nos inculcó el recordado y bonachón Lorenzo Santacruz o la banda de cornetas y tambores que tanto y tan bien trabajó el maestro Rafael Blanco.

También vino a mi recuerdo la famosa campana, debajo de la cual nos teníamos que colocar cuando nos castigaban.

Y aquel cura carismático y extrovertido, enormemente dinámico y de habilidad innata, Antonio Jiménez, que jugaba a todo bien con sotana incluida, fútbol, bolos, pinchote, etc., y que con su espíritu inquieto mantenía al colegio siempre en ebullición.

Aquellas clases de 53 alumnos, donde se daban todo tipo de personalidades y aficiones y que cuando llegaba el calor la clase adquiría un olor peculiar.

O aquellos maravillosos bollos de pan con chocolate, bollos riquísimos que se hacían en la panadería de al lado, la del Olmo, y que para intentar zampárnoslos nos introducíamos disimulando entre los internos, aunque la mayoría de las veces nos cazaban y nos quedábamos con unas enormes ganas de catarlos.

Decenas y decenas de imágenes y recuerdos que se me agolpan en la mente y en el corazón y que me llevarían a escribir aquí y ahora infinidad de páginas.

Una sonrisa se me escapó con dicho recuerdo, al mismo tiempo que valoraba la suerte que tuve con que mi madre me inscribiera en ese bendito colegio. También porque, a pesar de haber pasado 43 años desde que salí de los Salesianos, constato cada día que el colegio sigue como siempre, pleno de vitalidad, siendo un flujo constante de niños y adultos a cualquier hora del día y parte de la noche.


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