Aporofobia

SILVIA POZUELO JAUT


Después de largo tiempo meditándolo, puedo llegar a afirmar que creo firmemente que el racismo no existe. O que al menos, no es el mayor de los problemas. En pleno siglo XXI, no da miedo el jeque árabe ni el ruso multimillonario, pero sí lo hace el negro pobre o el rumano desgraciado.

Aunque bien es cierto que España no está en la mejor de las situaciones para acoger a miles de inmigrantes, somos solo uno de los países europeos que podrían hacerlo, y entre todos sí que seríamos capaces de ofrecerle una oportunidad a aquellos que tanto la necesitan. Nuestro sentido de la solidaridad se ha despeñado por el barranco de la avaricia y la codicia, hasta el punto de que tenemos a cientos de personas abandonadas a su suerte en medio del océano, y solo unos se juegan la vida por acudir a su desesperada llamada de auxilio.

Las excusas para intentar evitar la inmigración, proceso natural que durante toda la evolución del ser humano se ha llevado a cabo, van desde el ultranacionalismo al ultracapitalismo, llegando incluso a afirmar indirectamente que es mucho más importante un fajo de billetes que la vida de una persona. De nuevo, muchos de los que ahora muestran sin miramientos su postura en contra de emigración, parecen haber olvidado la historia de un país que no solo ha nacido gracias a decenas de culturas dispares, sino que además ha sufrido numerosas fases de recesión y crisis, en las que nos convertimos en los inmigrantes que ahora rechazamos. Parece mentira que haga solo 44 años del final de la Dictadura y ya se nos hayan olvidado las penurias que atravesaron nuestros padres, abuelos y bisabuelos.

Patria, procede del latín, y su relación con la palabra padre es más que evidente. Al fin y al cabo, nuestra patria es nuestra tierra madre, la que nos ve nacer, crecer, y la que forja aspectos fundamentales de nuestra personalidad. ¿Qué razones pueden llevar a una persona a querer abandonar a su madre, sabiendo que cualquier territorio al que llegue va a mostrarse inhóspito y hostil? Solo la desesperación que provoca un conflicto bélico, una insufrible hambruna o simplemente la miseria de un país sumido en el atraso. No poder alimentarse a sí mismo, a su familia. Sentirse censurado, y ansioso por hallar la libertad de la que los países ricos presumen. Pero pareciera que la guardan en una caja fuerte bajo siete llaves.

Españoles y europeos hemos arrumbado nuestro pasado. Ahora el capital es más importante que la cápita. Podríamos liderar el cambio, el progreso hacia una sociedad igualitaria, y sin embargo, miramos hacia otro lado mientras fardamos de fraternidad, a mi juicio fraudulenta, fingida por embaucadores que solo calculan la talla de su ombligo para colocarlo en el centro de este enfermo planeta, mientras sus más paupérrimos habitantes enferman de impotencia y miseria. O mueren en mitad del océano.

La única forma de entrar en un país libre es demostrando que se está atado al dinero. Vaya contradicción. Peculios que mueven masas y pueden abrir puertas o cerrarlas de un golpe seco. Y qué mordacidad tan grande que para que occidente mantenga su riqueza, ha de explotar los bienes de los que poco o nada tienen. Y cerrarle las puertas. Vituperados peculios.

Como decía, empiezo a sospechar que el racismo es solo una tapadera. La tapadera de la enfermedad más grande el capitalismo. Quizás su lacra. Aporofobia. Miedo a las personas pobres o desfavorecidas.


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