Una casa la puedes vender, pero siempre va contigo

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)



Si nos damos un paseo por nuestros pueblos, vemos como hemos convertido las fachadas de las casas en una sucesión de carteles de ‘Se vende’. Hay tantos que la gente pasa sin hacerle ni caso. Hay calles que está llenas solo en su mitad. La otra mitad está vacía con cerraduras echadas.

Cuando paso por esas casas, me imagino las historias que hay detrás de esa fachada. Es como si los muros hablaran. Casas que esconden secretos que ya nadie quiere escuchar: amores, desencuentros, nacimientos, besos, fantasías. La intimidad de algo que sucedió en otro tiempo. Como decía Ginzburg “tú una casa la puedes vender, abandonar o dejar a quién te dé la gana, pero siempre la llevas contigo”. La razón: es que has sido el personaje de esa casa. Y ya sabes que una casa es el escenario de tu propia película.

Por todo ello da pena de ver tantas casas abandonadas con las historias que esconden. Esas casas no las olvidas porque despertaban contigo. Desde ahí iniciabas el día. Es triste entrar y ver como quedaron en ellas: habitaciones vacías, paredes esconchadas, maquetas raídas, despensas sin nada, jarrones sin agua, camas sin colchón, papeles pintados rotos, patios sin flores, fotos con los marcos llenos de polvo, sillas apiladas, mesas con la madera seriamente mellada o muebles tapados con sábanas. Es la acción del ser humano la que le da vida a las casas. El valor de algo se mide por la presencia o la ausencia del ser humano. Un comercio deja de serlo cuando no tiene clientes. Una casa deja de serlo cuando dejan de vivir en ella, las ventanas se atrancan y las puertas se dejan de abrir. Casas sin vida con el cartel de se vende y comercios con el cartel de se alquilan. Y luego están las calles que tienen vida si las casas están habitadas. La calle es el trato humano.

Seguro que tu casa la llevas a cuestas, contigo, aunque ya no vivas en ella. Sí, esa la de donde vivías antes y en la que, a veces, saltabas en la cama. 


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