En recuerdo a Elvira Fernández

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


El pasado domingo fallecía Elvira Fernández, a la edad de 89 años.

Elvira, a la que conocía desde mi infancia, vivía en la calle Séneca, lindante con la mía, la calle Alfareros.

Algunas vivencias de la infancia permanecen indelebles en nuestra mente y eso es lo que yo recuerdo de una gran mujer, extrovertida, bondadosa y con una permanente sonrisa en la cara.

Retrocedo consuma nitidez a los años 1969 y 1970, cuando yo tenía 7 y 8 años, cuando acudíamos algunos a su casa a ver la televisión, pues yo, como muchos, no la tenía.

Allí íbamos, sobre todo sábados y días de vacaciones por la tarde, a ver las recordadas películas en aquel milagro de pantalla en blanco y negro.

Al entrar en la casa, en la habitación de la izquierda, era donde estaba el aparato, y la buena de Elvira sacaba las cuatro sillas que había para que una docena de niños nos sentáramos en el suelo a viajar con el mágico mundo de las películas.

La mayoría éramos amigos de su hijo Antonio o de alguna de sus hermanas.

Lo más meritorio y plausible era cuando llegaba la hora de la cena y Elvira les decía a sus hijos que salieran para cenar. Eran aquellas cenas austeras que se servían en la mayoría de los hogares y ella, en lugar de decirnos que nos fuéramos, nos dejaba que siguiéramos viendo la televisión.

Cuando tú eres un niño y una persona mayor te trata con tanta dulzura y generosidad, eso queda en la mente y el corazón para el resto de tus días.

Otro hecho que me llamaba la atención era que a su marido, un humilde trabajador de la barbería y camarero, jamás le escuché una palabra más alta que otra. Él trabajaba 12 horas diarias, con su carácter introvertido y protector de toda la familia.

Mi madre, unos años mayor que ella, pero muy parecidas, eran su amiga, y más desde que mi padre compró una casa en el año 1977 enfrente de la suya.

En aquella casa de mi amigo Antonio Moreno (conocido también como el Zamorita) vivían sus padres, abuela y sus siete hijos (una hija falleció por un accidente siendo muy pequeña) con lo justo de lo material, como en la mayoría de las casas, pero allí se palpaba el olor a limpio y el amor de todos sus miembros.

Ella ha disfrutado del patrimonio de la salud, pues tan solo ha estado enferma los últimos doce días de vida. Se ha marchado rodeada de todo el amor de su amplia familia, que es la mejor despedida que podemos tener en este mundo terrenal.

¡Hasta siempre Elvira, nunca olvidaré aquellas tardes magnetizadas por la televisión en blanco y negro!


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