Navidad de luces y sombras

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


Estas fiestas son en las que más dinero se gasta por persona de todo el año. Se consume como si con la terminación de las mismas el dinero caducara como caducan los ajos.

La mayoría estamos en esa vorágine descontrolada con todo tipo de consumismo, empezando con la gran cantidad de comidas y cenas interminables, cena de Nochebuena, Navidad, Nochevieja, de Reyes y variedad de aparcerías. Seguimos con la moda del amigo invisible (una novedad en los últimos años y donde los regalos en un 60% apenas se utilizan). Detalles con los amigos más directos o familiares y el gasto excepcional de la lotería del 22 de diciembre y también la del Niño.

Aunque todo esto quizás sea un poco desmedido tiene su parte positiva en el movimiento de hostelería y comercio en general, pues estos 20 días para muchos de ellos representa la facturación del 25 % de todo el año.

Por otro lado es preocupante para nuestro comercio de proximidad lo que una profesional del reparto de paquetería me comentaba, ya que ella ve a diario cómo se ha incrementado una barbaridad la adquisición de todo tipo de artículos por internet a las multinacionales como por ejemplo Amazon, donde sus paquetes no solo llegan a domicilios particulares, sino que también los adquiere el sector comercial. Por eso, entre otras cosas, en nuestra comarca cada vez quedan menos establecimientos comerciales.

Las luces de cada pueblo ofreciendo lo que pueden respecto a su presupuesto y población hacen que esa iluminación invite a sacar con más facilidad el billete o la tarjeta. Pero claro, esta misma iluminación es la que hace que bastantes personas se desplacen a Córdoba, Málaga, Sevilla, Granada, etcétera y aprovechando que ya que están allí hacen algunas compras.

Todas estas y algunas más representan las relucientes luces, o no tan relucientes, según se vea o te afecte cada situación, pero como todo en esta vida tiene su otra cara de las sombras que viven otras personas.

Estos días tan especiales embargarán de tristeza a los que han perdido seres queridos que han fallecido en este 2019. Todas las pérdidas son dolorosas, pero se hacen aún más duras según la convivencia que se mantenía con los que se fueron. Esa ausencia se siente como una mutilación, como un cuchillo en el alma, también desgarran el cuerpo y te dejan muy tocado anímicamente.

Lo más duro es que unos padres entierren a su hijo o hija. Es una situación anti-natura, y aunque el paso de los años amortigüe su gran dolor, nunca mientras vivan desaparecerá de su mente y herido corazón. E incluso en lo más recóndito de su psiquis, dependiendo de las circunstancias de esa pérdida antinatural, les martilleará diciéndoles si de verdad no podían haber hecho algo más, aunque en la mayoría de las situaciones no sea así, pero el tormento y la montaña rusa del cerebro de esta manera nos castigará injustamente.

Nadie tiene culpa ni responsabilidad de las grandes enfermedades tanto de cualquier órgano del cuerpo como de cualquier tipo de enfermedad mental, que son las que más sufrimiento inflingen a la persona que la padece. Porque aunque la persona esté bien atendida, tanto por el profesional como por sus familiares directos, son inevitables los momentos de soledad, los cuales están invadidos por todo tipo de pensamientos negativos y destructivos.

Más adelante recojo un párrafo del último libro que acabo de leer escrito por una joven de Córdoba de solo 21 años que durante año y medio ha padecido una fuerte depresión, sin causa aparente alguna, porque es una chica que sacaba unas notas sobresalientes en la universidad, tiene una familia que siempre la ha apoyado, amigas y en definitiva una vida completa.

Pero casi sin darse cuenta cayó en este pozo, donde llegó a estar tan mal que todas las semanas tenía sesión doble con una psicóloga y un psiquiatra.

Su libro se titula “Mi sentir”, y con el consentimiento de ella inserto estas líneas: “No había voz en esta guerra. Todos estaban al tanto de lo que ocurría. Pero nadie podía hacer nada, por eso el sentimiento de soledad era tan fuerte y grande. Todos, incluso yo, temían lo que mi mente podía llegar a decirme y por consiguiente, yo hacerlo cual esclava de su yugo. Ya no me amaba nada de mí, me sentía un despojo humano inservible. Por eso se me pasaba por la cabeza todas las maneras posibles de desaparecer de la faz de la Tierra lo más pronto posible. Yo quiero morirme”.

Es la mente el órgano con diferencia más desconocido del cuerpo humano.

También están los que han perdido la esperanza de encontrar un trabajo medio digno, los ancianos que viven en soledad o los que estando en residencias apenas tienen visitas de sus familiares o simplemente es que casi no tienen familia.

Los que están ingresados en el hospital, y que esa enfermedad no sabe si irá a más y con ello su vida se agote en un plazo corto.

Son la cara y cruz de una misma moneda, son las luces y las negras sombras, es la dulzura y la amargura, en definitiva, es el signo inevitable de la vida, de nuestro vivir diario.

Seamos creyentes o no, hay que agarrarse al clavo de la esperanza, porque tener esperanza es bueno, muy bueno, porque en la debilidad y poca cosa que somos, necesitamos sobre todo en los momentos adversos y duros tener esperanza.

Lo digo por mi propia experiencia de padecimiento por los días donde me aprieta una mezcla de trastorno obsesivo con ansiedad.

Lo más importante en estas fiestas, con su magro y su tocino, es que respetemos y comprendamos a que cada uno las pase como le dicte su mente, porque al fin y al cabo es la que determina todo lo que somos minuto a minuto.

PD: Ya hace muchos años, que desistí de pedirles a los Reyes Magos mi ansiado tren eléctrico, porque a lo mejor, sin yo ser consciente, no me lo merecía y por ello el Rey Gaspar, al que siempre le escribía, veía que no había hecho méritos para recibirlo.

Niños y mayores, no dejéis de escribir a los Reyes Magos, porque casi seguro que a vosotros, como habéis sido buenos, vuestro rey preferido os concederá el regalo que le habéis pedido.


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