¡Se escribe WhatsApp! ... La Trompetita

JUAN BAUTISTA ESCRIBANO CABRERA


Lo malo de pedir y de que te concedan lo que pides es que las demandas suelen ir de menos a más y llega un momento en el que las reclamaciones –convertidas ahora en exigencias- resultan inasumibles para quienes, en el pasado, entregaron interesadamente -y con poca visión de futuro- todo lo que se les requería.

Cuentan que una señora con niño acudió a una zapatería y que, mientras el pequeño se probaba zapatos, no paraba de pedir todo lo que, a su alrededor, le llamaba la atención. Como madre y dependiente consentían, el chavalín se atrevía con peticiones cada vez más desmesuradas y, pues su táctica le reportaba éxito, llevado por una osadía que el mismo ignoraba poseer, se atrevió a pedir un cuadro que colgaba de una de las paredes. La madre se lo recriminó y se negó, con la boca chica, a satisfacer tan disparatada petición pero, ante la sorpresa de madre e hijo, el dependiente (seguramente esperaba sacar beneficios mayores) se descalzó, acercó una silla a la pared y, con notable empeño, se encaramó a ella para descolgar el cuadro. Lamentablemente, el esfuerzo desencadenó un terremoto interior en el cuerpo de aquel individuo que terminó por encontrar salida airosa con BSO (banda sonora original) allá por la parte baja (muy baja) de la espalda. El silencio se cortaba cuando –tras el ruidoso incidente- el dependiente oferente presentaba el cuadro al pequeño. Para sorpresa de todos, el niño rechazó la dádiva y exigió rotundo: “¡El cuadro no. Yo quiero la trompetita!”.

Desconozco el final de este antiguo cuentecillo, si bien, deduzco que no resultó demasiado airoso para nadie. No sé en qué estaría yo pensando para acordarme de la moralizante historia que, de pequeño, escuché en más de una ocasión, para desenmascarar y ridiculizar a los niños caprichosos y a las madres que los consentían. Para nada, desde luego, en las negociaciones con los partidos independentistas que soporta este país. Ahí se palpa la altura de miras, la búsqueda del bien común, la generosidad, el respeto por las reglas del juego, la visión de futuro,… ¡Para nada!

Supongo que, más bien, me habrá traicionado el subconsciente al ver, por primera vez en la tele, a esos advenedizos que en su tierra no cuentan ni han contado jamás con pujantes empresas que amenacen con marcharse ni con excelentes comunicaciones que les faciliten la llegada de mercancías y turistas ni con prensa-española-manipuladora que les ponga delante cámara y micrófono ni con un estado fascista que les robe y oprima, por no tener, ni siquiera disponen de los mejores hospitales del país a los que vayan a operarse (solo para fastidiar) desde otras comunidades, disparando las listas de espera ni… Me ha debido traicionar el subconsciente viendo a esos pocos desarrapados afirmando que ellos también existen y atreviéndose a pedir que se les escuche y se les tenga en cuenta.

Pero bueno, en qué país vivimos. Se empieza con súplicas que parecen testimoniales y, al final, llegan a creerse que somos todos iguales. Oiga, señor mío, para ser portada permanente en telediarios y tema central de tertulias y saturar las redes sociales, hay que currárselo y merecerlo. Ustedes cállense y dejen ejercer la libertad de expresión, en su sentido más amplio, a quienes la merecen de verdad.

Bienvenidos a ¡Se escribe WhatsApp! Muchas gracias por acompañarme hasta aquí. No. No es necesario añadir jejeje ni marcar emoticono alguno. Espero que nos sigamos encontrando en alguna de las plazas de nuestra comarca y ¡Atención! Habitantes de Los Pedroches: ¡Cuidadito con los caprichos! Que se empieza pidiendo una estación de tren y luego nos entra el arrebato de la libertad de expresión y exigimos más paradas. Y una autovía. Y médicos y enfermeras en el hospital. Y que no nos cierren escuelas. Y que se construyan residencias de mayores. Y…, al paso que vamos, acabaremos pidiendo la trompetita. Aunque, hay quien asegura que esa –la trompetita- nos la dieron hace tiempo.

Mientras tanto, la señora y el dependiente haciendo cada uno la guerra por su cuenta y sin enterarse de que tienen en su mano (sin ser bueno) el mejor final para esa historia.


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