El jarrilo de lata

JUAN BAUTISTA ESCRIBANO CABRERA




Miente quién asegura que, con él, todo tiene fácil solución. Engaña el que se aprovecha de la buena voluntad y, sobre todo, de la necesidad de sus vecinos y nos viene con aquello de: ¡Eso lo arreglo yo sin despeinarme!con la mano de mear!en un santiamén!  …sin dejar de andar!  Y añádanse todos los lugares comunes, con los que su inteligencia fue abofeteada: La cutrez de ese enterao que intentó aniquilarlo cuando a usted le costaba un gran esfuerzo resolver determinada tarea. Como si de un ritual mágico se tratara, a fuerza de repetirlo, algunos acaban por convencerse de que saben de todo. Y lo absolutamente catastrófico es que muchos más terminan tragándose lo que los todo-fácil-arregladores aseguran. No lo dude, esos individuos son peligrosos y los problemas complejos precisan soluciones a su medida.

Entre otras vivencias, derivadas del encuentro con estos tipos (autoproclamados doctores-honoris-causa-de-lo-que-se-tercie, especialmente si se parapetan tras un ramillete de micrófonos), una suele ser la de asistir a la declaración unilateral -por sus partes- de los “Momentos históricos”, frente a la aburrida cotidianidad y medianía de los “momentos restantes”: los que usted y yo transitamos a diario. Molesta y produce sonrojo escuchar tan fuera de lugar: “Este es un hecho o un día histórico”. Lo sentencian en demasiadas peroratas referidas a acontecimientos intrascendentes, banales e incluso estúpidos. Desde mi punto de vista, que algo sea raro o novedoso o que alguien resulte pionero en no sé qué “hazaña” no la convierte -ni tampoco al personaje- en históricos. No hay en el mundo volúmenes ni discos duros ni nubes capaces de contener tal cantidad de acontecimientos históricos de la humanidad, ni estudiante ni estudioso que pueda aproximarse siquiera a tan vastos saberes.

En tiempos (no tan lejanos) de precariedad y carencia de casi todo, los artículos de menaje eran considerados artículos de lujo. En muchas casas, en su lugar, se contaba con un jarrillo fabricado a partir de una lata de leche condensada o similar, dotada de un asa por el hábil latonero. Al no existir, como ahora, cacharros de uso específico para casi todo, ese jarrillo de uso polivalente (lo mismo servía de vaso que de jarra, de medida de sólidos o de líquidos,… incluso como juguete) podía tener tantas aplicaciones como desarrollaran la necesidad y la imaginación de sus propietarios y los sacaba de no pocos apuros. Su practicidad no caía en saco roto y alguien, un día, lo consagró elevándolo a la altura y categoría de las personas dispuestas y colaboradoras que, con sencillez y sin alardes, te dan lo que tienen y, casi siempre, “pasaban por allí” cuando se las necesita. Sin tiempo para sonoros discursos, más bien, se agarran a la soga y tiran para el mismo sitio que su vecino. Seguramente sin saberlo y sin pregonarlo, sí que solucionan problemas o ayudan a los demás en asuntillos variados y, según se mire, hasta vitales. No son especialistas en nada y, sin alardes, “lo mismo hacen a un roto que a un descosío”. A tipos así, salía del alma decirles: “¡Eres más apañao que un jarrillo de lata!”

Bienvenidos a ¡Se escribe WhatsApp! Muchas gracias por acompañarme hasta aquí. No, no es necesario añadir jejeje ni marcar emoticono alguno. Espero que nos sigamos encontrando en alguna de las plazas de nuestra comarca. Mientras tanto, les sugiero que no consideren un día histórico aquel en el que sus aduladores les aseguren que brillan como un bol de plástico fosforito y que no se ofendan si, por méritos propios, les conceden el título de caballero (o señora) de la orden: “¡Eres más apañao que un jarrillo lata!”. Sin la “de” que es como se decía antiguamente.

Prefiero a los que elevan a épicas las peleíllas nuestras de cada día, frente a los que se empeñan en encuadrar sus vulgaridades como ¡Acontecimientos para la historia! Será que uno se hace viejo y camina con pasos vacilantes hacia la bendita inocencia que cantó don Antonio Machado pero, lo cierto y verdad, es que he dejado de creer en estos grandes hombres y mujeres que dicen estar dotados de algún don sobrenatural para arreglar, con facilidad extrema, la vida de la gente y, también, en la historia que, cual escribas sumisos, se empeñan en que vayamos anotando al dictado. 


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