Un silencio estremecedor

EMILIO GÓMEZ




Un pueblo que no sabe defender su fuente de riqueza está condenado a morir. Suena fuerte pero es verdad. Los pueblos de Los Pedroches empiezan a tambalearse. Y lo que es peor, penden de un hilo que muchos ni ven. Se están cargando la ganadería y agricultura y no hacemos nada. Ni nos levantamos ni apoyamos al sector. Y lo que es en peor, algunos vallesanos hasta lo critican. Tenemos ya urbanitas radicales en los pueblos. Sin saber o sabiendo que estas actitudes va en contra de nuestro modo de vida. Hace muchos años escuché a un señor mayor en un bar decir “Hay que ser muy cobarde para renegar de lo que nos da de comer a los pueblos”. Si levantara la cabeza ese anciano se moriría otra vez. Ahora existen más de uno de esos. Y ya no se tapan.
Hay que hacer un llamamiento fuerte para que no nos separen y no nos arrastren a salir de nuestros campos y pueblos. Es lo que pretenden. Hay un olvido de las administraciones al campo español y un odio latente y real a todo lo que huele a huerta, monte o cerro. Odio a ganaderos, olivareros, agricultores, cazadores, pescadores. En definitiva a la gente rural. Se les acusa de cobrar subvenciones que, en realidad, son limosnas a cambio de precios irrisorios por su producción. La gente del campo está muy quemada. Mucho.



La cultura urbanita quiere acabar con todo. Un mundo de gran ciudad, con una cultura nueva, con lo rural proscrito y con los animales viviendo en los pisos. Cuando nos echen de los pueblos, no quedarán muchas especies de animales. Solo ruina, destrucción e incendios. Se amparan en el bienestar animal los que quiere destruir al animal. Una contradicción.
Desde hace años, los ganaderos abogan por el verdadero bienestar animal que, al fin y al cabo, va a ser el bienestar de las explotaciones. Los que más quieren el bienestar animal son los que conviven con él. Esa cultura animalista radical terminará por cargarse una vida con siglos de historia. Pero su discurso está calando. Y en los pueblos no se combate. Muchos por motivos de su partido político, otros porque envidian al vecino que trabaja en la huerta y la mayoría por desconocimiento. El campo ha salido adelante por la pasión de gentes de almas apasionadas, de vidas entregadas, cada hora y cada día. El trabajo duro y las jornadas de sol a sol que nos han mantenido con vida a esta tierra. A pesar de ello, nadie se lo reconoce.
Echamos en falta un mensaje que reclame los derechos de lo rural frente a lo urbano. Echamos en falta a gente que ponga en valor este oficio y a los que viven de él. Las identidades de los pueblos están en la cultura de un modo de vida que hoy nos estamos cargando. Sin piedad. El mundo calla y también los que vivimos en los pueblos. En verdad, hace tiempo que dejamos de vivir en ellos pues no miramos ya a nuestras raíces. Salimos al campo para hacer running y poco más. El otro día un amigo mío me decía que su hija pequeña no había ido nunca a una explotación lechera. En las mima situación estarán muchos niños. Porque esa es otra. Hemos metido en miles de actividades a nuestros hijos y a nadie se le ocurrió tener una que estuviera relacionada con nuestra agricultura y ganadería. Hemos aparcado a este sector de una manera bárbara. Como si fueran ciudadanos de segunda categoría.
Algún día recordaremos lo grandes que fuimos y lo pequeños que vamos a ser. Desgraciadamente. Nadie hace nada por evitarlo. Estamos en una sociedad en la que nadie hace nada por nadie aun sabiendo que esto nos pasará factura. No sabemos que nuestra historia se borrará más pronto que tarde cuando todos nos hayamos ido. Ahora nos dicen que en los pueblos están contaminados por la ganadería. Y yo me creía que aquí se respiraba aire puro. Por lo visto el aire puro se respira en La Castellana de Madrid o en Las Ramblas de Barcelona. Qué cosas. Lo malo es que nos las tragamos.

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