YA NO TEMO A LA OSCURIDAD Ganador del I Certamen CATY LUZ

MARTÍN CARMONA SÁNCHEZ


Ya no tengo miedo de la oscuridad. Ni tan siquiera temo a la muerte que acecha tras las palabras tan técnicas que de forma muy sutil me informan de que hay algo que crece dentro de mí, que no debería estar ahí. Hay muchas formas  de definir, muchos términos y nombres que te hacen repetir en tu mente buscando un significado o un sentido a tal condena. Tumor, cáncer, bulto, masa... términos que adornan el “algo inusual” que de primera mano retumba en tus tímpanos como una bala que te desgarra al atravesarte de lado a lado.
No tengo miedo a la oscuridad; porque he descubierto que los monstruos no son reales y que en la incertidumbre del mañana hay situaciones  que me crean más pánico que el mismo infierno. Incluso más terror Que el que el más alejado vacío del universo en el que la luz no existe y en el que las esperanzas no llegan por falta de almas que conmuevan a Dioses y/o creencias.
Abandonar mi cuerpo y volar, cuidar de los míos desde el más allá y vigilar que mis hijos crezcan sin problemas y sean personas de bien. Reflexiono y medito mientras dentro de mi pelea mi cuerpo contra el agrio veneno que me salvará.
¿Es esto el terror del que todas las ténebres  películas hablan?. No se como expresar este sentimiento que hace que mi corazón se mueva como se mueve,al igual que el coche accidentado que da vueltas de campana buscado la roca que acabe con su agonía. Llegamos a casa y mientras mi siempre dulce esposa va a recoger a los niños de casa de su madre, yo permanezco inmóvil mirando a través de la ventana las hojas secas que cubren el suelo del patio.
El silencio es total, salvo por los latidos que acompañan los recuerdos de amor y lucha que juntos batallan en mi cabeza por hacerse con el control de la misma.
Saco el móvil y miro sus fotos. No sé si busco evadirme o echar más sal a la herida sangrante que nubla mi ser con un mar de dudas y cruda realidad. Ahora recuerdo la gran mata de pelo que tenía cuando me casé y cubría mi ahora brillante calva con la que tanto le gusta jugar al pequeño Marcos.
Al regresar de las sesiones de quimio; su risa y balbuceo, eran manantial de agua pura y cristalina que regaba la candencia de mi piel consolando mis heridas internas. Que será de esa sonrisa de dos dientes que ilumina mis despertares. Que será.
El año que viene vamos de comunión y tal vez ese momento no sea el día especial y de risas que toda niña debería recordar con su largo vestido blanco. Mamá le había prometido hacerle un traje como el de las princesas de los cuentos,  yo creo que no llegaré a verlo. Mi mujer tampoco pues sus esfuerzos son día y noche por animarme y dar sensación de normalidad en casa y ya no tiene tiempo de coser. Ni de hacer nada que le guste.
Que forma más cruel en la que mi princesa María aprenderá, irremediablemente, que no todos los cuentos de hadas tienen un final feliz.
Las lágrimas me molestan tanto que ya no soy capaz de distinguir la imagen que en la pantalla me recuerda el primer día de mi pequeño ninja en karate.
- Papá de mayor voy a ser espía-,me decía ilusionado tirándose de  su enorme kimono hacia arriba para no pisárselo al caminar.
- ¿Por qué tienes un bulto malo papá?- me preguntaba el pequeño con lágrimas en los ojos el día que tuve que dejar de trabajar-. Solo lo abracé. Todos nos abrazamos. Hubo oscuridad en nuestro silencio, y aún así , no tuvimos miedo.
Ya no tengo miedo a la oscuridad porque he comprendido que no hay mayor temor que encontrar un aciago destino en los días más luminosos de toda nuestra existencia.
Nos afanamos por intentar que los últimos meses juntos no sean el recuerdo que predomine sobre tantas y tantas tardes de paseo disfrutando de los paisajes que la dehesa de Los Pedroches. Por cada tarde de vómitos y cama buscamos diez de paseo, risa y pipas compartidasi
En mi cabeza ni tan siquiera hay dolor. Abro los ojos y veo a mamá que os abraza y os pide que me deis un gran beso de buenas noches.
- Papá va a dormir para siempre  y nos verá desde  el cielo, darle un gran beso para que sepa que nunca le olvidaremos.
No tengo lágrimas¸ más bien no me quedan, solo una tenue sonrisa recorre mi rostro cuando me sorprendo a mí mismo diciendo:“ Os echaré de menos, cuidar de mamá y ser siempre felices”.
Cierro los ojos y me aferro a su mano. Isabel sigue a mi lado. Es una guerrera dispuesta a defenderme de aquellos demonios a los que temo. Su tacto es cada vez más cálido o más bien soy yo que estoy dejando enfriar mi piel.
Todo se oscurece, pero no tengo miedo. En toda guerra hay personas que mueren y otras que quedan para disfrutar de la paz. Es mucho lo que esta lección nos ha enseñado, es mucho lo que hemos vivido desde que llevamos luchando contra esta maldición. En mis hijos tengo el mayor legado que puedo dejar a este mundo, en ellos dejo la esperanza de un mañana en que ningún “bulto malo” vuelva a llevarse al papá ni mamá de nadie.
Todo está oscuro, pero ya no temo a la oscuridad; ya que en ella he encontrado la mayor intensidad en el tiempo vivido. Marcho, para siempre, pero aún guardo fuerza para tres últimas palabras que atesoraba en mis entrañas:

- Te quiero Isa.

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