La plaza de mi pueblo (A Dos Torres)

FRANCISCO VÍCTOR LÓPEZ FERNÁNDEZ
DOS TORRES


Uno de los recuerdos más vivos y, por tanto, frescos del pasado suele ser el de los años y juegos infantiles, realizados en la casa y fuera de ella. En los pueblos se resumían a la calle aledaña a la propia vivienda o a su entorno. A veces, cabía la suerte de tener un ensanche, esquinas o espacio semejante a la plazuela. Entonces había más posibilidades, concurrencia y creatividad; se juntaban más chiquillos. Si se daba el caso de ser en la propia plaza, la cosa ya no va a más.

En las poblaciones pequeñas la plaza es el lugar más grande y espacioso para el juego y el paseo, a diferencia del campo de eras o del fútbol; esos tienen otra misión. Pero, la plaza, ¡¡¡ay la plaza!!! Cómo gustaba siempre ir a ese lugar, que se convertía en sueños de una libertad conquistada. Con las pocas monedas en el bolsillo podía uno comprar el mundo entero, resumido y condensado en las chucherías de siempre.

Me llamó siempre la atención que el diccionario enciclopédico de Pascual Madoz Ibáñez (Pamplona, 1806-Génova, 1870) titulado Diccionario geográfico-estadístico- histórico de España y sus posesiones de Ultramar —o Diccionario de Madoz—, obra desarrollada entre 1834 y 1850. En la voz Torremilano/ Dos Torres, dice de Dos Torres varias y buenas cosas, pero no de sus plazas, que las tiene, entre otras cosas. Me sirvo de la edición facsímil aparecida en Almendralejo (1992, tomo XV). No son muchas, pero muy importantes para los del lugar.

Y echando cuentas, con nombres como tales, solo se conocen las de siempre, digo: Plaza de la Villa, de Torrefranca y Ruy Díaz. Pero, en el primer tercio del siglo XX se rotuló otra más: la Plaza de Padres Redentoristas, en la confluencia de las calles La Paz, Faroles y Mayor, por ser el lugar donde se hospedaban estos misioneros populares, que hicieron tanto bien a la población, reconociéndolo el propio ayuntamiento.

Otras son más bien plazoletas: Pósito, Santo Cristo, Gradas (junta a la puerta oeste de la Parroquia de Santiago) y Gitanos (dentro de la calle Carmona). Casualmente, aunque sin nombradía, también son cuatro. Pero, de verdad, la plaza, plaza: la de la Villa, o simplemente: la Plaza.

La Plaza era de tierra. Una pequeña parte, empedrada; y, otra zona lateral, adoquinada. Era a mediados del s. XX mi referencia vivencial. Ahora, sigue la misma plaza pero con otro encanto. Está adoquinada por entero, y sigue siendo el espacio abierto más hermoso y señorial, lúdico, comunicativo y festivo.

Creo que tiene los valores de ser un lugar bellamente arquitectónico en el que se integran: la iglesia gótica toledana con su torre de estilo barroco, la antigua alhóndiga transformada antaño en casino y hoy hotel, el ayuntamiento, la cárcel que alberga transformada el centro de convivencia, un par de locales comerciales, viviendas señoriales y lo que no puede faltar: bares con las mejores terrazas del lugar. Pero, por encima de todo, hay algo que es mejor que todo eso: libre de obstáculos, llámese rampas, escalinatas, desniveles, jardines, fuentes, farolas…bueno, de todo tienen un poco pero adosado a los laterales, dejando el espacio diáfano para el tránsito, paseo y juego.

Pero, ¡si ya los niños no juegan en la calle! Parecería que es así; aquí se da el caso contrario, y de modo especial en verano. ¿La razón? Se desvía la circulación de motorizada de vehículos, y como el fresco apetece a todos y a las familias, no hay mejor escenario que el lugar abierto de la plaza donde los niños juegan, se mezclan, relacionan y corren a placer. Y como el clima sereno de las noches veraniegas es apetecible, el horario no tiene límites en la franja nocturna. Vamos, que si te descuidas rayas la madrugada. Y los niños, en su salsa. Los padres no lo están menos, tertuliando entre familiares y amigos relajadamente, que es de lo mejor del verano en la mayoría de estos lugares.

Pregunté a personas de la zona que conocen bien los pueblos del entorno si existía plaza como la de Dos Torres; que reuniese las características que tiene esta. La respuesta fue clara y contundente: no. Ni en tamaño ni en belleza, ni en confluencia de arterias. Siete calles desembocan en ella, haciéndola lugar de parada y tertulia por antonomasia.

Si bien con el paso del tiempo ha perdido la dimensión de juegos diurnos: las bolas o el bote, el pincho, el piso de la muñeca, el aro, los alfileres y juegos de tierra; sin embargo, se ha ganado en el tema nocturno: conciertos, pódium de competiciones, juegos recreativos artificiales, ferias, muestras y exhibiciones. Sin olvidar la dimensión de las veinticuatro horas en muchas de las actividades que en ella se realizan. Es decir, es el espacio de convivencia máximo del pueblo, que se presta a todo, y vale para todo. Aquí se cantan los éxitos, también se notan los lamentos. Y aunque solo nos detenemos en lo más cercano a la convivencia y el juego, no se quedan atrás la exteriorización de los eventos religiosos, políticos, culturales y de la propia identidad ante los visitantes y forasteros. Es el eje, la plaza de mi pueblo, en el que entran todos y son todos acogidos y sorprendidos, en este gran espacio a modo de salón, para la convivencia.


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